"LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS"
- Julio Ramon Ribeyro -
Ribeyro nos presenta a dos Santos, viejo rezongón, y a sus dos nietos:
Efraín y Enrique, quienes diariamente son lanzados a la ciudad por el
abuelo, para que en los cubos de basura que “adornan” las calles,
busquen el sustento de Pascual, marrano, a quien don Santos profesa
mayor dedicación que a los nietos.
Ribeyro describe, con profundo y crudo realismo, algo que sus ojos de
niño vieron cuando su padre lo mandaba a botar la basura, tal como él lo
manifiesta en su cuento Un Domingo Efraín y Enrique llegaron al
barranco.
Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra,
descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Visto desde el
malecón, el muladar formaba una especie de acantilado oscuro y humeante,
donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas.
Desde lejos los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus
enemigos. Un perro se retira aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron
un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se les
hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materiales
descompuestas o quemadas.
Enterrando las manos comenzaron a explorar. A veces, bajo un periódico,
descubrían una carroña devorada a medias. En los acantilados próximos
los gallinazos espiaban impacientes y algunos se aproximaban, saltando
de piedra en piedra.
Como si quisieran acorralarlos.
Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el
desfiladero y hacían desprenderse piedras que rodaban hacia abajo, hasta
el mar. Después d una hora de trabajo regresaron al corralón con los
cubos llenos.
¡Bravo, bravo! -exclamó don Santos- habrá que repetir esto dos o tres
veces por semana...’.
Las palabras de don Santos, son concluyentes para mostrar su
indiferencia ante el peligro a que se ven expuestos sus nietos.
Por el contrario lo único que puede preocuparlo es el destino de su
querido Pascual, cerdo que habita en la pobre vivienda. Habitación
mísera donde los niños están en peligro de contraer cualquier
enfermedad.
Cuando Efraín, enfermó, y no se pudo levantar a cumplir su diario
martirio, el despiadado abuelo envío a Enrique a los muladares; labor
que hubo de multiplicar por exigencia del empecinado anciano, que no
quería ver reducida la ración del animal.
Cuando los muchachos debido al cansancio no pudieron cumplir con los
cada vez más exigentes requerimientos del abuelo, este, sin ningún
miramiento cogió a “Pedro”, el perro de los niños, y ló arrojó al
chiquero donde ya el cerdo se desesperaba por el hambre.
Este hecho motivó la reacción de Enrique quien se abalanzó furiosamente
sobre el anciano, quien perdiendo el equilibrio cayó al chiquero, donde
hacía unos instantes ‘Pascual” había devorado al perro.
Ambos niños huyeron precipitadamente, mientras desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.